ANÁLISIS | SIGNIFICADO
En la emblemática Puerta del Sol, como cada año que se va, nos encontramos rodeados de simbólicas tradiciones: el champagne, las uvas y la alfombra de alquitrán desplegada. Los petardos estallan, borrando los sonidos del pasado y elevando nuestro ánimo para aceptar que otro año ha terminado.
En el reloj de antaño, al igual que sucede año tras año, observamos impacientes cómo los minutos se agotan en la cuenta regresiva. Es tiempo de hacer balance entre lo bueno y lo malo que nos ha brindado el año que se escapa, antes de que llegue el momento crucial.
Marineros, soldados, solteros, casados, amantes, inquietos y hasta despistados curas... todos juntos en una celebración caótica, ondeando gritos y risas al unísono. Grandes y pequeños, unidos por una vez en este instante irrepetible.
Aunque hay rostros nuevos entre quienes disfrutan las uvas, la ausencia de aquellos que ya no están se hace sentir, recordándonos la impermanencia de la vida. Es momento de despertar y valorar quienes aún caminamos sobre la tierra, con la esperanza de que el próximo año nos traiga alegrías y risas renovadas.
Contamos hacia atrás, iniciando una nueva cuenta: uno, dos, tres y cuatro, para dar paso a un ciclo que se renueva una vez más. Brindamos por un futuro mejor, por sueños que se renuevan y esperanzas que resurgen, anhelando que el próximo año nos traiga no solo un millón, sino dos razones para celebrar.
Así, en la Puerta del Sol, como siempre, despedimos el año que se desvanece con champagne, uvas y la eterna alfombra de alquitrán bajo nuestros pies, listos para recibir lo que vendrá.